miércoles, 23 de noviembre de 2011

LA TINENÇA DE BENIFASSÀ

   
 En senderismo, se habla mucho de algunos espacios naturales valencianos, llenos de rincones sorprendentes. Pero la mayoría, son relativamente humildes comparados con otras regiones y por eso casi se nos hacen entrañables y cercanos, a nuestra medida. Pero hay uno que compite en grandeza en igualdad de condiciones con los mejores parques, la Tinença de Benifassà.
     La tinença es poco conocida por su lejanía, en un rincón del norte. Queda oculta por Morella como referente, y por su relativa catalanidad. En realidad, es solo un fragmento de un espacio muchísimo mayor, els Ports de Beseit, y la naturaleza no entiende de fronteras. La tinença es un espacio de la calidad y grandiosidad de Pirineos, pero cerca del ambiente Mediterráneo. Eso le da aun mayor interés y diversidad a veces que aquellos enclaves, pero en un rincón en realidad más apartado y menos mediático. La Tinença guarda el mejor bosque valenciano.
     Esta es una afirmación atrevida, pero insistimos en ella. Es un gran conjunto montañoso de grandes desniveles y alturas, y sin embargo cercano al mar. Esto permite una variedad de ambientes casi infinitos que hacen coincidir en poco espacio especies mediterráneas con pirenaicas; desde el pino carrasco y el palmito, hasta el pino rodeno, negral y el rojo; las carrascas con los arces, los tejos, acebos y hayas. Por cierto aquí se encuentra una de las mayores de la península, el faig pare, un troll monstruoso sacado de cuento. Y por supuesto, una fauna abundante y fácil de ver, buitres, águilas, cabras montesas, corzos, algo excepcional en valencia. Y musgo, helechos, setas y hongos, un auténtico bosque de duendes.
     La ruta que proponemos parte desde el embalse. Nada más lo crucemos, aparece una pista forestal que rodea su margen izquierdo. La seguimos un par de kilómetros hasta unas casas y dejamos el coche. De aquí parte una senda que nos llevara en unos 10 km hasta Fredes. La partida se hace en pleno ámbito mediterráneo, ascendiendo por una senda que en tramos esta empedrada. Con ello advertimos que es camino antiguo, un paso de siglos, y marcada por los excrementos y huellas de ginetas y zorros que lo transitan. Según subimos, aparece el pino negral repoblado y aun joven, pero con gran futuro. Como dice Gustavo, ‘hi ha que vindre de aci 200 anys’ A la hora nos toparemos con un pequeño bosquete de esa edad, prueba de que la especie es idónea. Y uno de esos rincones mágicos, con los viejos arboles ennegrecidos. Si volvemos la vista atrás, veremos un mar de montañas y peñas imposibles, una de ellas horadada con un gran ojo que la atraviesa. Quien fuera águila para acercarse hasta allí y atravesar su enorme arco. Y acantilados, bosques y barrancos, un espacio difícil para el hombre y perfecto para lo salvaje. Pero nos estamos acercando hasta el punto álgido de la ruta, el portell..
     Tras varias horas, el cansancio hace mella. Se recomiendan bastones, ya que no dejamos de ascender. Pero el cambio de paisaje es tan grande a cada rato, que el ansia por ver que hay más allá es mayor. Sin embargo el portell es otra cosa. El portell del Infern, el mítico paso entre montañas. Subes por la ladera hasta dos grandes peñas, y cuando pasas, de repente se abre ante ti un mundo. Frente a ti un inmenso barranco verde, sin final, con casi 1000m de desnivel. A tu derecha una colección de peñas verticales y caprichosas, mezcladas con vegetación colgante como un jardín japonés. Y a tu izquierda un gran acantilado, bajo el cual discurre en balma el sendero, donde mil veces se refugiaron de la lluvia o la nieve los viajeros. Un grupo de soldados dejaron una inscripción casi centenaria de su travesia. Alli se recoge el agua que se filtra a un bebedero, la única fuente del camino; podeis beber, aunque quizás la compartáis con otros animales. A ese caos natural lo llamaron el Infern, a este rincón maravilloso. Cuando sintamos que hemos captado y guardado suficientemente su imagen y su magia, tras un largo rato, podremos seguir la marcha. En el tramo final os acompaña el pino rojo y el acebo, muy abundante, hasta el pequeño pueblo de Fredes. Es una aldea con encanto, de olor a leña y no demasiado restaurada. Tiene un restaurante de carnes donde hacer una comida contundente, bien necesaria. Si nos recogen en coche, buen punto final, pero si hay que volver, no os demoréis que aún queda mucho. Saldremos de Fredes por el mismo punto, pero en 1km tomaremos un desvío a la izquierda que baja. Va en dirección del barranco, con varios atajos, evitadlos y seguid el más amplio y con menos desnivel. En esta bajada aparecen tejos y hayas, muchos hongos y una vegetación cerrada. En tramos la senda desaparece y se convierte en barranco, está muy erosionada. Al llegar al lecho tras el peor tramo, llegáis al salt de Robert, una alta cascada sin mucho caudal pero de gran belleza. El agua cae en vertical sobre un pequeño lago. Es el lugar perfecto para desinhibirse y desnudarse, y darse un baño fresco bajo el agua que cae como una ducha pulverizada. En este tramo hay una microrreserva de cangrejo de rio, quizás veáis alguno. Los árboles son de gran porte, aunque estamos tan llenos de imágenes que nos caben pocas más; las fotos veréis como tampoco hacen justicia a las sensaciones. Descendemos de la montaña y la vegetación vuelve a ser más mediterránea. El último tramo vuelve a ser pista forestal, que va a buscar el pantano. Se hace largo, así que es buena idea el haber acercado más algún coche por la mañana. Volvemos agotados pero con la misma satisfacción del que escala el Everest, tras un viaje increíble y saciados y colmados de nuestra ansia de naturaleza.